jueves, 13 de octubre de 2011

4. La Noni El Retrasado del Bicho Canasto




La Noni olía a batata, a dulce, a pino, a lana, a pana, a baba, a caramelo, a barrilete, a goma de borrar, a té con galletitas. Vivía sola. En la cocina tenía unas banquetas que cuando te sentabas hacían ruido a pedo; de chico pensaba que ella las había comprado así a propósito. Las banquetas eran marrones y rodeaban una mesa desplegable rectangular similar a la que tengo ahora en casa. Pasábamos tardes enteras sentados ahí tomando la merienda. A la Noni le gustaba que fuéramos a verla así que íbamos dos veces por semana después de la escuela. Yo le caía mejor que nadie, me besaba muy fuerte y me hacía doler; sus besos eran exageradamente ruidosos y abundantes, literalmente me llenaba la cara de labiales rojos. Le gustaba preguntarme si los besos me habían llegado hasta el hueso. Gracias a la Noni aprendí eso de los huesos antes que todos mis compañeros del colegio que pensaban que estábamos rellenos de comida. Me entretenía ir al baño a lavarme la cara y quedarme un rato palpándome los contornos de la calavera; me producía una melancolía muy bizarra pensar que difícilmente podría verme el esqueleto algún día y eso me parecía bastante injusto. "Hay partes de mí que nunca voy a conocer". Por ese entonces se me dio por coleccionar radiografías, pero como nunca fui bueno con las colecciones creo que nadie lo supo.

El baño de la Noni parecía más viejo que el resto de la casa, o más gastado. Supongo que a cierta edad la norma es pasar cada vez más tiempo en los servicios. Después de todo es muy probable que levantarse de la cama para ir al baño ocurra tan seguido que deje de tener sentido volver a acostarse. Eso en el mejor y más higiénico de los casos. La luz del baño era de un amarillo muy tenue, ambarino, pulsatil, de la familia de las luces de los subtes de madera. El baño era una cabina, un módulo anexado por precarios puentes simbólicos al pasillo y a los demás ambientes. Olía siempre a colonia, a peine y a perfume de inodoros lavanda. El piso de la bañadera estaba algo cascado y tenía un adhesivo de huellas de los pies de esos que se ponen para no patinarse. El adhesivo era áspero y sepia y siempre me producía una fea sensación pisarlo. Era como pisar las huellas de un chico muerto en la playa. Cada vez que me bañaba en su casa y por error pisaba el adhesivo se me venía a la cabeza la historia del retrasado mental y el bicho canasto. Para mí había un nexo en todo eso.

Nunca supe de dónde había sacado la Noni aquella historia. Probablemente fuera cierta, algo que vio de chica, por el campo, durante la siesta; quizás ella escapando por la ventana de su habitación, hacia los corrales, el ruido de los pollos aleteando contra los alambres de la jaula, las cigarras del verano chillando, la radio forrada en cuero en la cocina sintonizando tangos; la Noni deslizándose sobre las baldosas naranjas bajo la sombra de los jazmines y los limoneros, lentamente; el retrasado mental jugando entre los restos de un sillón de mimbre; el retrasado mental en su carroza de chatarra; el retrasado mental mocos secos semen seco en la bragueta, mira el cielo con los ojos desplomados de los juguetes viejos; el retrasado mental saliendo de su mansión de mimbre se corta el brazo con la punta anaranjada de un clavo torcido; primer espasmo de conciencia, la sangre como un hilo; la Noni agazapada bajo la higuera mirando todo; el retrasado mental llorando por reflejo pero sin pena, avanzando a los tumbos con los cordones desatados, las medias rojas bajas, las piernas peludas, el pantalón atado con un cordón azul, costras de sangre vieja en las rodillas; la Noni sola con el loco, la radio fuerte en la cocina, una paloma por el cielo, el cielo blanco, el olor de los jazmines; el retrasado mental se rasca el culo y se huele los dedos, se sonríe, se mira en el reflejo del agua de los tachos de pintura; segundo espasmo de conciencia, temor de no ser de ser de no ser el tacho - el agua - la pintura; el cielo cada vez más blanco, la puerta con el mosquitero destrozado a pelotazos, imágenes burbuja de fragmentos de palabras, la adivinación de algunas letras, las briznas de intelecto, las manos de su mamá lana ovillo verde se desliza; la Noni detenida en ojos grandes piensa el frío, su vestido tiene flores amarillas; el retrasado mental se columpia en el vacío; el retrasado mental se pellizca la punta del pene, la curvatura de la espalda, el otro brazo inerte, los ojos detenidos en el aire como helicópteros de carne transparente; la Noni violada en las pupilas por la imagen, completar silencios del relato de la empleada, la empleada le mostró sus pelos, la empleada le contó del Hombre, la empleada levantaba los dedos de los pies y la miraba, la ojota era rosada la otra ojota en el colchón; el retrasado mental torcido hacia el ombligo, un brazo rígido sucio inmóvil sangra, un brazo en ele se acopla a la cintura, el cordón azul, el pene blanco erecto al descubierto, lo más limpio, como el cielo, el pene blanco marfil de pianos; el retrasado mental se pellizca, los helicópteros de carne abandonan la planicie, asoma el diente, asoman rojos a la cara, se pellizca, pulgar-índice-pulgar-rotar-tirar, se pellizca, la curva máxima del vientre se colapsa, temblores vertebrales, se pellizca, los helicópteros de carne se funden con el cielo, quieren salirle alas del ombligo y de la nuca, las imágenes de letras y de perros se deslizan por la diagonal interna como peces, el retrasado contiene entre las muelas una tanza eléctrica del cielo y de la tierra, un ancla-cinturón-contorno que vibra azules por su cráneo, se pellizca, trepa por su pija pálida un alfiler de leche; la Noni bajo la higuera espanta bichos de la tarde, la radio en la cocina, los manteles de goma, las costras de membrillo, moscas, los pelos del retrasado son muy negros, más negros que un paraguas, la empleada le mostró la tierra bajo el pupo con los ojos-agua; el retrasado se descose en un chasquido gutural, los alfileres de leche describen parábolas de sapo, trayectorias de aluminio fluorescente, el brazo recto cuelga sobre un muslo, el otro brazo convulsiona eléctrico en la yema de los dedos del molusco; el retrasado se desarma sobre el pasto, los helicópteros de carne se despluman en su cara-lago de anémonas violetas; la Noni piensa que está muerto y grita y quiere pescar el grito hacia su boca cuando el loco eriza las orejas y la busca desde el piso; el retrasado inhala por la brisa las flores amarillas del vestido; la Noni ve los pétalos soltarse y se tropieza sin moverse con la idea del silencio que no dijo; el retrasado mental repta hacia la higuera frotando sus moluscos por el barro.

Veo a la Noni arremangarse la conciencia en los porotos del desmayo. "Quizás es todo un sueño" - se oye decir - y al despertarse encuentra al loco reventándose la frente contra un muro de ladrillo. La sangre salpica las flores del vestido. ¿La mujer es una flor que sangra en la frente de los hombres? ¿La mujer es un ladrillo? La Noni se pregunta las preguntas que le dicta el compás de los martillos. El retrasado es un péndulo invertido. Vaivenes de cometas capilares que se estrellan en oleajes de sonido seco la conducen de la mano a la cocina con las moscas y la radio. El cielo es blanco. Los pollos miran. Las hojas de la higuera guardan el secreto. El retrasado se desangra a golpes sobre las macetas de barro y tierra seca. La Noni corre hacia la casa. Grita. Su voz es como el sonido de todos los aviones que despegan. Se juntan los hombres a frenar el péndulo a la fuerza. El cielo es blanco. Los pollos sacuden los alambres de la jaula. La Noni está bajo el silencio de los mudos. El retrasado - en plena convulsión - es llevado a la antesala para ser limpiado. Hay algo raro en su cabeza. Los hombres se rascan la barbilla y piensan, las mujeres no pueden dejar de mirarle la picha pálida y gigante. Uno de los hombres le cubre el cuerpo con un mantel de flores estampadas. El mantel se llena de rojo. Alguien piensa en el membrillo. La Noni piensa en su vestido y teje lazos inconclusos entre las flores y la sangre. La Noni es sacudida por la gente que no entiende. La perforan con preguntas. La Noni está guardada para adentro, dejó el carozo entre los yuyos, girando por el viento. Acuestan al imbécil sobre una mesa de tablones verdes. Tienen cuidado de no estropear el tapizado de las sillas. Las mujeres son enviadas a traer compresas. Los niños a los cuartos. A dormir - dicen - y carajo. La Noni es retenida por la mano nudosa de un vecino. La Noni está por cruzar la calle rumbo al río. La calle está llena de polvo y mandarinas. Los hombres piensan. Las mujeres actúan líquidos bajo el pelo del insano. El retrasado respira. Vive. ¡Vive! gritan todos. El retrasado escupe sangre y bilis. Un hilo de baba roja le cuelga del mentón. Entre los dientes miran todos: Hay un bicho, dos, tres, miles de bichos adheridos a la encía. Hay capullos de madera balsa colgando de las muelas. Los hombres piden pinzas. La lengua del imbécil es un globo en llamas. Hay que retirar los bichos. Rápido. Las pinzas. Dónde están las putas pinzas. La Noni flota en hologramas de la tarde. El tapizado de las sillas. Tapalo. Con un diario. El retrasado chilla y se retuerce. Los hombres le van sacando bichos de la boca. La luz es apenas de color naranja. Llenan frascos. Los insectos se mueven como sillas sobre el agua.

miércoles, 12 de octubre de 2011

3. Extraterrestres Deporte




La fascinación por los extraterrestres era otra cosa que me quitaba el sueño. Era fanatismo pero un fanatismo serio. No sé cuando empezó todo eso. Creo que en el jardín de infantes o quizás antes. Nunca estuve cómodo en el mundo. Nunca lo entendí. Sigo sin entender la mayoría de las cosas que pasan y cuando digo "no entender" no me refiero a que no estoy de acuerdo o que las cosas me parecen injustas; es simplemente que no entiendo de qué van las cosas por acá. A veces salgo a caminar y me parece todo muy extraño y ajeno. Soy un tipo detallista y me gusta pensar que mis ojos enhebran pequeñas cosas de la realidad. Voy perforando perlas de la vida de la gente para pensar y comprender pero con cada cuenta que agrego el collar se tuerce y descompleta. Miro y no comprendo. Hay tantas zapatillas y tantos gestos y tantas formas de caminar por la vereda o de decir las cosas... wow... a veces sencillamente me parece demasiado y me quedo como perplejo buscando sintonía. Todo esto creo que alejó a la gente de mí. A la gente no le gusta que la exploren. Mis ojos crecieron demasiado en mi cara y por eso de chico tenía una cara tan rara. Uno ve una foto mía de cuando tenía cuatro, cinco años, y la impresión es la de estar mirando un pez que nunca parpadea. Además era pálido y excéntrico. Casi un axolote. No me gustaban mis compañeros de jardín y yo no les gustaba a ellos. Quizás me tenían miedo y por eso me mordían... o eran unos reverendos hijos de puta. O ambas cosas. Pensándolo bien la culpa es - en parte - de los zapateros.

Mis viejos descubrieron que era chueco porque una vez, andando en bicicleta, metí el pié derecho adentro de la rueda. Mi viejo tuvo que sacarme el pié de entre los rayos de alambre con una tenaza. No me quebré las piernas porque tener muletas hubiera sido mi absoluta condena social. El destino me guardaba otras cosas. Me llevaron al doctor y me indicaron el uso de plantillas especiales para corregir el "defectito". El defectito me hacía tropezar conmigo mismo cada cuatro pasos. Es decir, caminaba como un puto zombie. Así que mi vieja me compró un par de zapatos marrones y les puso la plantilla. Como me daba vergüenza sacar las plantillas de los zapatos para ponérselas a las zapatillas me abstenía de participar en los juegos deportivos del jardín. Me quedaba en un rincón, sentado en un cantero, mirando cómo los demás se divertían trepando una estructura enorme y de colores que había en el patio. A la larga y a fuerza de aburrirme terminé por odiar a mis compañeros y a sus juegos. Algo como un mecanismo de defensa cercano a la autocomplacencia me invitó a pensar que todos los demás eran unos monos idiotas que se morían por agarrarse de esos caños. El tema es que había unos cuantos idiotas reales. Patricio - por ejemplo - parecía gozar pellizcando a los más tímidos. Espero que ese idiota esté internado. Felipe, lo único que hacía era morder y gritar. Otro idiota sin remedio. Raquel - ya con ese nombre... dios - se hamacaba hacia atrás y hacia adelante con la mirada perdida. Yo miraba todo eso desde el cantero y aprendía a pensar y a despreciar a la humanidad. Todo me parecía una tortura. Las maestras jardineras, el profe de deportes, las canciones, los bloques para armar, los juegos-evaluaciones de sonidos y texturas. En fin... toda esa porquería pedagógica me llenaba de odio hacia el mundo, hacia mis padres y hacia mí.

Como era un pibe raro y todos se encargaban de decírmelo dejé de intentar ser normal. Era mucho esfuerzo. Renuncié al status quo infantil. Rechacé con violencia someterme a todas esas actividades que me parecían pueriles y absurdas. No hay foto de mi tránsito por el jardín y el prescolar en la que figure sonriendo. Y si la hay mi sonrisa es una mueca que bien puede indicar que estoy por arriba de toda la mierda que me rodea. Sigo detestando al fotógrafo que me dijo: "dale pibe, sonreí, una sonrisa dame, me quiero ir". Ni puta que te voy a dar una sonrisa, imbécil. Al día de la fecha me enloquece de ira que me digan que ponga otra cara que la que tengo. Jamás podría posar. Me parece obsceno y lamentable. Así que las fotos del jardín están en la caja de telgopor más chota de todo el armario.

Terminé el prescolar a mi manera. La escuela había organizado una especie de gran ceremonia para los "graduados" y uno de los actos era bailar algo parecido al tap pero sin chapitas en los zapatos... o sea... ahora que lo pienso... una forrada cósmica planeada por un par de enfermos para que los adultos de la audiencia se rieran de nuestra falta de capacidad crítica. Había que vestirse con unos pantalones blancos a rayas azules. Yo fui el único con rayas rojas. Quizás mi vieja se divertía haciéndome sentir desubicado. Yo se lo agradezco. Bailé de todas formas y creo que la pasé muy bien. Para el cierre cantamos una canción que había escrito la directora usando la melodía de "I just call, to say I love you". La letra estaba bien y decía algo así: "nos vamos ya, de este jardín, dejando todo lo que pudimos vivir, el pizarrón, el borrador, los bloques y las tizas... etc". Me dieron un diploma y una medalla que perdí a los pocos días. Pese a todo me sentí muy mal por perder la medalla porque era de metal y porque no dejaba de ser una medalla, así que cuando se la dieron a mi hermana se la robé y me la guardé en un cajón debajo de un fajo de billetes de australes que cuando cambió la moneda me dediqué a coleccionar sin ningún sentido.

Mi vocación de ser ajeno se cristalizó durante los primeros años del primario. Me complacía ser radicalmente distinto a todos los demás y me divertía íntimamente hacer todo lo posible para ser tomado por loco. Es algo que hacía a voluntad. No deja de causarme gracia la vez que a Jessica le empezó a sangrar la nariz en plena clase y - un poco porque ella me gustaba y otro tanto para joder al mundo - me lancé a lamerle la cara y las gotas de sangre que caían sobre la fórmica del pupitre. La cara de mis compañeritos, todos ellos muy santos y correctos, me catapultó a la gloria de la marginación total. Fue una manera enferma de marcar el territorio, monopolizar la extravagancia. Ergo: mi vieja al gabinete de la escuela. Señora, su hijo le chupó la sangre a una compañerita. Señora, su hijo destroza los crayones rojos y pinta todo con colores demasiado fuertes. Señora, su hijo redactó un cuento sobre una araña que está muy bien escrito pero nos asusta. Señora, su hijo es muy inteligente pero nos preocupa cómo pueda ser de grande. Etc. Yo no sé si a mi vieja le importaban esas advertencias o simplemente se cansó de que los demás notaran que no le importaba nada de todo eso... la cosa es que terminó por llevarme a un doctor y el doctor, después de hablar unos minutos conmigo y de escuchar que por las noches el rechinar de mis dientes no dejaba dormir a nadie, indicó que lo más conveniente era que el nene haga alguna actividad deportiva para descargar el excedente de energía que lo tiene tan ansioso... Señora, su hijo es hiperactivo, que vaya a futbol, que corra, que juegue con otros niños, le va a hacer bien un poco de movimiento.

Ella dice que la idea me gustó porque iba a ir con mi mejor amigo. El hecho de que tenga apenas dos recuerdos de todo el año que hice futbol en la escuela de Marangoni de Plaza Las Heras es evidencia suficiente para descartar que se tratara para mí de una actividad placentera. Los dos recuerdos que tengo son:

a) Marangoni nos hace caminar en cuclillas por el cesped todo picoso y verde de la cancha. A mí me duele la parte de atrás de las rodillas y tengo calor. Mi vieja, detrás del alambrado, me mira y me saluda. Me quiero ir ya mismo de este lugar de mierda. No entiendo por qué carajo tengo que caminar así delante de otra gente.

b) Marangoni entrega medallas (otra vez las medallas) a los alumnos de su escuela. Marangoni llama a cada uno desde una especie de palco usando un micrófono. Veo que cada vez somos menos los que no tenemos la medalla. Nunca me nombra. Se nubla y parece que se larga a llover en cualquier momento. Me voy sin la medalla a mi casa sin saber por qué.

Mi primera experiencia deportiva fue una mierda total. Odio el futbol y odio la cultura de futbol de este país. Haciendo el odio extensible: odio el deporte y la idea misma de deporte. No sólo no abolí mi excitación psicomotriz (no logro entender cómo carajo podía amansarme caminar en cuclillas por el pasto) sino que me cargué de un millón de pretextos nuevos para sentirme a disgusto entre la gente del planeta. Fue también una de las primeras veces en mi vida que sentí vergüenza. Todos los demás pegaban saltitos con sus estúpidas medallas y yo no, yo tenía plantillas. Decidí retirarme del futbol a los ocho años. Para siempre. Al año siguiente no hubo deportes para mí salvo los del colegio. No hubo ningún tipo de actividad extra curricular. Mi familia parecía haberse adaptado bastante bien a mi bruxismo. La Noni aseguraba que no eran nervios, que probablemente mi cuerpo estaba lleno de parásitos. La Noni era lo más especial del mundo. La Noni me enseñó la magia. La Noni también me dijo que para corregir el "defectito" de mis pies bastaba con ponerme el zapato del pie derecho en el izquierdo y viceversa. Como a esa altura del partido yo no había aprendido a distinguir un zapato del otro y no tenía ni la menor sospecha de que existiera diferencia entre uno y otro, ese consejo me puso en un aprieto mayúsculo. Yo simplemente me ponía los zapatos de cualquier manera.

2. Dormir Telepatía




Por las noches me costaba dormir. Antes, al principio de los tiempos, había en mi habitación una cuna enorme con un baúl. De abajo de la cuna salía una cama que costaba un huevo y medio sacar. Solía trabarse y cada noche había que escuchar a mi viejo putear en contra de las leyes de la mecánica. El hecho es que era una verdadera tortura dormir en algo que costaba tanto esfuerzo armar. A eso de las nueve de la noche mi viejo se arremangaba la camisa (en ese entonces usaba camisas o chombas) y se agachaba a sacar la cama tratando de no despertar a mi hermana que todavía era bebé. La cosa empezaba bastante bien. La cama de abajo tenía dos manijas que supuestamente facilitaban la maniobra. Era cuestión de jalar de las manijas y nada más. El tema es que por algún capricho solamente salía uno de los extremos y el otro se quedaba trabado. Mi viejo se agachaba más, como un esclavo medio reticente que no quiere inclinarse de buenas a primeras. Una de las rodillas todavía no tocaba el piso. Uno de los talones se le escapaba de la alpargata. Medias verdes o talón desnudo con restos de talco solidificados. Si bien siempre se le dió por ser un poco carajudo, mi viejo optaba primero por el camino de la razón, hay que decir la verdad. De ahí que su "inclinarse" era realmente un gesto académico, de investigador. Se agachaba para ver de cerca el problema. Yo lo miraba con admiración y me preguntaba qué estaría pensando. Creo que el cuadro, visto desde afuera, llega a ser bastante cómico y es otra de las fotos que me gustaría tener y que no hay. Yo de pie, abrazando algún peluche, y mi viejo ya arrastrándose bajo la cuna con medio brazo enterrado entre los fierros de la puta cama de mierda tratando de destrabar algún mecanismo hijo de puta de esta cama de mierda y la re puta que lo parió. Cuando el camino de la razón no te lleva a ninguna parte es que es hora de romperlo todo. Comprobamos con esa cama que hay veces que golpear es mejor que razonar. Mi viejo, con todo el brazo engrasado y lleno de pelusas, roja la cara de furia y puteando hasta por Newton, arremetía contra las manijas a patadas. Durante un tiempo esa estrategia dio sus frutos. Después de quince minutos de golpiza el extremo trabado se acobardaba y se deslizaba hacia afuera. Lo que no llego a entender es por qué cada vez teníamos que repetir el ciclo entero y no empezábamos directamente con los golpes. Tampoco entiendo por qué conservamos esa cama deslizable durante tanto tiempo. Diez años. Diez años repitiendo el procedimiento.

La cuna se terminó vendiendo un sábado a la tarde. Mi hermana ya quería dormir en una cama como yo. Creo que ella pidió el cambio. A los seis años dormir entre barrotes debe ser algo terrible. Como la cuna estaba adherida a un baúl lleno de juguetes y yo no quería ni por puta que se llevaran el baúl y me empecinaba en no entender que no se podía vender solamente la cuna, decidí meterme adentro del baúl y cerrar la tapa. Me quedé acuclillado adentro del baúl durante una hora y me sentí muy piola escuchando a mi viejo lidiar con el comprador, pidiéndole que tenga paciencia, que mi hijo ya sale, dale, salí, salí de ahí carajo, y yo en plena oscuridad oliendo por última vez aquella madera y palpando a ciegas las piezas plásticas de rasti que habían quedado en el fondo.

En reemplazo compraron una cama marinera de hierro azul cromado y un baúl de mimbre re choto que no pegaba con nada. Al día de la fecha detesto el mimbre. La Noni nos contaba de un chico que tenía fobia o algo así al bicho canasto. Cada vez que el pendejo veía un bicho canasto se reventaba la frente contra la pared más cercana y había que hospitalizarlo. No sé por qué le gustaba contarnos esa historia pero sospecho que algo de eso debe haber influenciado en mi simpatía por los débiles mentales. La cuestión es que el mimbre me recuerda al bicho ese y el baúl nuevo me parecía de mal agüero. Nunca lo quise y nunca guardé mis juguetes ahí. En cambio la cama me parecía genial y monstruosa. El azul cromado le daba un toque sideral y daba gusto treparse por la escalerita. Desde arriba se dominaba el cuarto. Mi hermana, acostumbrada a los barrotes de la cuna por tantos años, se resignó en poco tiempo a dormir en la cama de abajo. Le hicimos creer que era como una casa porque tenía techo y que tener techo era re re importante. Al poco tiempo envidié su casa miniatura. Ella podía colgar cosas del techito (collares, sábanas, muñecos) y escribir en las tablas de la madera. Yo estaba arriba pero solo y aburrido y por más que llenaba la pared con posters de Batman la cosa no cambiaba mucho. El tema es que de tanto colgar afiches se terminó haciendo un pequeño orificio en la pared y, como estaba ahí y estaba al pedo, cuando no podía dormir me sacaba mocos de la nariz y los metía adentro. Nunca llegó a juntarse mucho moco pero la cosa me entretuvo durante un par de meses. Otra cosa divertida era acercar la boca a uno de los fierros verticales de la cama y escupir una gran bola de saliva plateada. La idea era que la bola de saliva se fuera deslizando por el caño hasta abajo. Sí. Nada más. Juro que era divertido y que mi hermana se moría de la risa con eso. Largas horas de la madrugada escupiendo caracoles de agua.

Dormir siempre me costó mucho esfuerzo. Supongo que me costaba dormir porque no entendía que la cosa pasaba por no hacer esfuerzo alguno. Recién hace algunos años entendí que la mejor manera de quedarse dormido es evitando pensar. Yo pensaba demasiado. Pensaba combinaciones de los dedos para la magia o pensaba en los extraterrestres o en que mis viejos me leían la mente. Esto último me torturó durante varios años. Nunca fui un tarado y mis teorías eran complicadas porque no me contentaba con pensar que simplemente ellos tenían esa facultad psíquica y yo no. Yo me decía: "ajá... ellos pueden leerme la mente, pero yo no puedo hacerlo... mmm... ellos son personas como yo... entonces... si ellos pueden leer la mente es que o aprendieron a hacerlo o simplemente accedieron a ese poder al convertirse en padres". Yo suponía que la gente, al tener hijos, agregaba a sus poderes mentales la capacidad de leer la mente de sus criaturas. Era algo como una necesidad de orden evolutivo. Ellos tienen que cuidarnos, para eso la naturaleza les da el poder de la telepatía. Mis viejos parecían saberlo todo, estar al tanto de mis movimientos mentales. Como dije, eso me torturaba, me perturbó durante un tiempo. Después llegué a una solución maravillosa: "como ellos saben todo lo que pienso no tiene ningún sentido ocultar lo que hago, así que puedo hacer libremente todo lo que quiera". De ahí que el orificio de los mocos estuviera al descubierto. Con los años perdí esa libertad y empecé a preocuparme por mis cosas, por la intimidad. Hoy por hoy sigo creyendo que hay gente que lee la mente y no me avergüenza contar que cada tanto, cuando viajo en bondi y veo que sube alguien medio deforme, inmediatamente sospecho que es el "lector de mentes" o "el orejas" y no dudo en decir mentalmente lo siguiente: "yo sé que me estás leyendo la mente, está todo bien, no se lo digo a nadie". Si el deforme me mira en los siguientes cinco segundos es que indubitablemente tiene el poder y yo me siento parte de un gran secreto que me alegra el día. Otras veces no hace falta que esté viajando. Me siento en un sillón, miro para arriba (siempre miro para arriba cuando hago eso... como las antenas satelitales que hay en los desiertos) y digo: "lector de mentes, yo sé que en algún lugar de la galaxia se me escucha, hola, cómo estás, respondeme". Nunca me respondieron pero lo sigo haciendo y tengo mis esperanzas. Suelo creer que hay cosas que no suceden porque nadie las intenta.

1. Fotos Muebles Magia.



Hay pocas fotos de mi vieja embarazada de mí. Las hay pero son pocas. Son fotos cuadradas con las puntas redondeadas y están todas marrones, amarronadas por el tiempo y el descuido. Nunca hubo una cultura de "album" en casa. Las fotos se sacaban, se revelaban, se las miraba un par de veces con bastante tedio y después se las sometía a un escrutinio apresurado. Si estaban muy azules se las tiraba. Si alguien salía mal, con alguna mueca espantosa, yo procuraba guardármela con la intención de armar un "album del terror" que por vagancia no llegó a tener más de diez fotos. Superado el escrutinio se buscaba una caja de zapatos o de telgopor (cajas de bombón helado que habían quedado tiradas desde la navidad) y se las embutía ahí adentro sin mucha más atención y ceremonia. Luego se las guardaba en el armario, en el estante más alto, y no se las volvía a ver hasta que mi hermana o yo - buscando las revistas pornográficas de mi viejo - nos subíamos a una banqueta y encontrábamos las cajas. Supongo que al no haber cultura de album no tenía sentido poner las fotos en otra parte... como si al no haber álbumes tampoco tuviera sentido tener porta-retratos.

Siempre me llamó la atención encontrar en la casa de mis amigos alguna mesa con fotos debajo de un vidrio. No podía entender cómo llegaban las fotos hasta ahí; no me entraba en la cabeza que alguien hiciera eso a propósito, por lo cual tampoco imaginaba que el vidrio se podía levantar. Para mí era un vidrio ya incorporado a la madera. Quizás pensaba que las fotos simplemente se habían deslizado por error debajo del vidrio, quedando cautivas para siempre. Por lo general las fotos estaban puestas así nomás, todas torcidas, inclinadas, describiendo diagonales muy propias del azar, y eran fotos random, fotos de mascotas y de muebles y de gente. Al día de la fecha sigo sin entender quién quiere comer arriba de los recuerdos de su vida. Me parece algo siniestro y de mal gusto. Tengo imágenes de ser chico y entrar en oficinas y ver esas mesas con vidrios y con fotos y asustarme. Fotos y migas de galletita, todo junto. Es claro que en casa no había de esas mesas.

Durante un tiempo hubo en casa una mesa ratona con dos estantes de vidrio. Era una de esas mesas de caña con apliques de bronce. Una verdadera cagada de mesa que no servía más que para estorbar la libre circulación del gato que teníamos. No recuerdo que hubiera algo sobre el vidrio de más abajo, es más, no recuerdo que estuviera el vidrio y es probable que haya sido una de las tantas cosas que se rompieron durante la primera mudanza que tuvimos. Sobre el segundo estante había unos ceniceros de cristal. Uno de los ceniceros era hexagonal y de color azul y para mí era la reproducción a escala de una nave espacial (a veces metía un playmobil adentro y lo hacía volar por el comedor). El otro era transparente y redondo y no me interesaba porque era como un montón de otros ceniceros. Al lado de los ceniceros hubo durante un tiempo un portarretratos de plata con un montón de firuletes. Quizás porque no enmarcaba ninguna foto me podía pasar horas sentado en el sillón de pana verde mirándolo con detenimiento. Me gustaba creer que el fondo de madera del portarretratos encerraba un mensaje cifrado... como esas cartas que se escriben con jugo de limón.

De hecho mi mente a esa edad - más o menos a los seis años - deliraba por la magia. Podía pasarme horas y horas probando combinaciones con los dedos de ambas manos. Estaba convencido que era posible acceder a ciertos "poderes" si uno era capaz de combinar los dedos de la manera apropiada. Es decir: unir la yema del dedo índice de la mano derecha con la yema del dedo anular de la izquierda y unir la yema del meñique derecho con la del pulgar izquierdo y cosas así. Para mí había un secreto en todas las cosas y solamente había que perder tiempo buscándolo. O la telepatía y la telekinesis. Recuerdo tardes enteras de tedio doméstico (domingos), encerrado en la habitación tratando de mover con los ojos los objetos del cuarto. Creo que una vez moví un cuaderno pero como no estoy muy seguro procuro no decirlo delante de la gente que no conozco.