miércoles, 12 de octubre de 2011

1. Fotos Muebles Magia.



Hay pocas fotos de mi vieja embarazada de mí. Las hay pero son pocas. Son fotos cuadradas con las puntas redondeadas y están todas marrones, amarronadas por el tiempo y el descuido. Nunca hubo una cultura de "album" en casa. Las fotos se sacaban, se revelaban, se las miraba un par de veces con bastante tedio y después se las sometía a un escrutinio apresurado. Si estaban muy azules se las tiraba. Si alguien salía mal, con alguna mueca espantosa, yo procuraba guardármela con la intención de armar un "album del terror" que por vagancia no llegó a tener más de diez fotos. Superado el escrutinio se buscaba una caja de zapatos o de telgopor (cajas de bombón helado que habían quedado tiradas desde la navidad) y se las embutía ahí adentro sin mucha más atención y ceremonia. Luego se las guardaba en el armario, en el estante más alto, y no se las volvía a ver hasta que mi hermana o yo - buscando las revistas pornográficas de mi viejo - nos subíamos a una banqueta y encontrábamos las cajas. Supongo que al no haber cultura de album no tenía sentido poner las fotos en otra parte... como si al no haber álbumes tampoco tuviera sentido tener porta-retratos.

Siempre me llamó la atención encontrar en la casa de mis amigos alguna mesa con fotos debajo de un vidrio. No podía entender cómo llegaban las fotos hasta ahí; no me entraba en la cabeza que alguien hiciera eso a propósito, por lo cual tampoco imaginaba que el vidrio se podía levantar. Para mí era un vidrio ya incorporado a la madera. Quizás pensaba que las fotos simplemente se habían deslizado por error debajo del vidrio, quedando cautivas para siempre. Por lo general las fotos estaban puestas así nomás, todas torcidas, inclinadas, describiendo diagonales muy propias del azar, y eran fotos random, fotos de mascotas y de muebles y de gente. Al día de la fecha sigo sin entender quién quiere comer arriba de los recuerdos de su vida. Me parece algo siniestro y de mal gusto. Tengo imágenes de ser chico y entrar en oficinas y ver esas mesas con vidrios y con fotos y asustarme. Fotos y migas de galletita, todo junto. Es claro que en casa no había de esas mesas.

Durante un tiempo hubo en casa una mesa ratona con dos estantes de vidrio. Era una de esas mesas de caña con apliques de bronce. Una verdadera cagada de mesa que no servía más que para estorbar la libre circulación del gato que teníamos. No recuerdo que hubiera algo sobre el vidrio de más abajo, es más, no recuerdo que estuviera el vidrio y es probable que haya sido una de las tantas cosas que se rompieron durante la primera mudanza que tuvimos. Sobre el segundo estante había unos ceniceros de cristal. Uno de los ceniceros era hexagonal y de color azul y para mí era la reproducción a escala de una nave espacial (a veces metía un playmobil adentro y lo hacía volar por el comedor). El otro era transparente y redondo y no me interesaba porque era como un montón de otros ceniceros. Al lado de los ceniceros hubo durante un tiempo un portarretratos de plata con un montón de firuletes. Quizás porque no enmarcaba ninguna foto me podía pasar horas sentado en el sillón de pana verde mirándolo con detenimiento. Me gustaba creer que el fondo de madera del portarretratos encerraba un mensaje cifrado... como esas cartas que se escriben con jugo de limón.

De hecho mi mente a esa edad - más o menos a los seis años - deliraba por la magia. Podía pasarme horas y horas probando combinaciones con los dedos de ambas manos. Estaba convencido que era posible acceder a ciertos "poderes" si uno era capaz de combinar los dedos de la manera apropiada. Es decir: unir la yema del dedo índice de la mano derecha con la yema del dedo anular de la izquierda y unir la yema del meñique derecho con la del pulgar izquierdo y cosas así. Para mí había un secreto en todas las cosas y solamente había que perder tiempo buscándolo. O la telepatía y la telekinesis. Recuerdo tardes enteras de tedio doméstico (domingos), encerrado en la habitación tratando de mover con los ojos los objetos del cuarto. Creo que una vez moví un cuaderno pero como no estoy muy seguro procuro no decirlo delante de la gente que no conozco.

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